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La Mona de Pascua Fiesta valenciana [...] ¡La Mona de Pascua! No he consultado el Larousse acerca de este importante punto, de modo que lo dejo virgen, si por acaso allí existe, para que lo desfloren algunos de los voraces espigadores del manoseado Diccionario enciclopédico. Supongo buenamente que el origen de la popular costumbre valenciana, que celebra la Pascua Florida comiéndose al aire libre el enorme pastelón jaspeado de huevos duros pintarrajeados de amarillo, verde, morado y rojo, se pierde en la noche de los tiempos, y no me canso ni fatigo á los lectores con más investigaciones. Allá va, pues, un apunte de cómo celebran los valencianos las Pascuas. Por calles y plazas hormiguea la gente, sorteando los carruajes de todo género que se cruzan y confunden con los viandantes, en busca unos y otros del más corto trayecto para salir de la ciudad y dar de narices en el campo. Una vez en las afueras, la infantería se esparce por sendas y vericuetos, hablando, riendo, bromeando con el regocijo del próximo asueto campestre que se le prepara, metido en el cuerpo. Los coches, las tartanas, las galeras, los carros, atestados de provisiones, toman los caminos de los pueblos y caseríos de los alrededores de Valencia; los tranvías del Cabañal, Burjasot y Godella no cesan de ir y venir, cargados de racimos de seres humanos, y el ferrocarril no descansa un segundo, moviendo émbolos, y silbando con furia, mientras deja en el Grao, en Alfalfa, en Catarroja, en el Puig, en Albuixech, en Carcagente, en Chiva, en Buñol... y en otras estaciones, millares de familias expedicionarias, con meriendas, las combas para saltar, los columpios para atarlos de árbol á árbol, y las cometas que á la caída de la tarde han de remontarse al cielo, culebreando caprichosos rabos de sedas de colores, uno de los lujos de la diversión. La gente rica, con sus convidados, invade hermosas posesiones, y la gran masa del pueblo soberano y de las últimas filas de la mesocracia forma infinitos corrillos, sembrando la campiña de manchas negras. Pero el espectáculo más movido y de más carácter está en la larga extensión que abraza el cauce del Turia desde el poblado de Campanar hasta su desembocadura en la plaza de Nazareth. Allí puede decirse que no queda un palmo de terreno libre: tal es el número de moneros que en aquellos amenos sitios sientan sus reales. Media la tarde: tiéndense las servilletas, se descubren las cestas de las vituallas, se destapan las botellas y empiezan la mona (entiéndase bien) la Mona de Pascua. El espacio se cubre á poco de cometas exagonales, romboidales y estrelladas, al punto de obscurecer el sol, como las flechas de los persas en las Termópilas (perdón por esta erudición de segunda enseñanza); aquí cantan, allí bailan, más allá se juega á las cuatro esquinas, entre carcajadas y animado bullicio... Todos ríen, todos gozan... La noche pone fin á la ruidosa y expansiva algazara: los caminos hormiguean de nuevo: el aire se puebla de voces, los tranvías se deslizan pesadamente sobre los rails; la locomotora chilla y corre incesantemente... y la inmensa explosión de alegría que se lanzó al campo por la mañana, abriendo impetuosamente las válvulas á la vida ordinaria, se reconcentra en los hogares para pensar en los cómicos é imprevistos incidentes de la pasada jira. Y tiene tal atractivo la Pascua Florida para los buenos valencianos, que de muy antiguo se increpa allí á los distraídos y atortolados con estas palabras: "¿En qué piensas? ¿En la Mona de Pascua?" Andrés Miralles La Saeta, Barcelona, 26 de julio de 1900, p. 6-7.
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